Desenlaces Segunda Sesión

La confrontación con la realidad nos ha deparado no pocas controversias que, en base al uso de la dialéctica, intentamos dilucidar para llevar nuestras reflexiones a puerto seguro. Pues, resulta indudable que, cuando se sale de la ruta intelectiva más o menos trillada y conocida, los vientos de la razón suelen conducir a zonas alejadas de la comodidad en la que suelen discurrir nuestras existencias.

Esto precisamente es lo que sucedió con el grupo de los presocráticos cuando allá por el siglo VI a. C. entraron en contacto con otras ideas acerca de lo real que hicieron surgir la duda en su noción de lo cotidiano. El inquebrantable panteón griego se fracturó, primero fue una pequeña fisura que, de manera prácticamente imperceptible, fue haciéndose más grande hasta que todo el edificio mitológico se vino abajo junto a las valoraciones que ofrecía al ser humano. Es aquí donde comienza el pensamiento racional, donde se busca otra vía que se aleje de la explicación poética pues, a todas luces, esta había quedado agotada y relegada a la transmisión de un conocimiento popular estéticamente enmarcado.

Por supuesto, el ámbito presocrático no supuso más que el calentamiento previo para el desarrollo de una explicación de lo existente que fuese, por lo menos para la época, coherente y global. Esto fue lo que intentó Platón cuando desarrolló su teoría de las ideas dando cabida a una elucidación ontológica que incluía una epistemología, una antropología y, sobre todo, una política a la que todo se encaminaba. Es decir, el objetivo último del ateniense se encontraba en la ordenación de lo social, en una politeia que, para cuadrar de manera definitiva, tuvo que armonizar en un entramado teórico que ofreciese una explicación coherente sobre la que construir su organización política ideal. Pero, antes de llegar a este punto, Platón ofreció las conclusiones que probablemente han tenido más éxito en el mundo occidental. De esta forma, dividió la realidad en dos ámbitos a los que se accedía por medio de las distintas capacidades propias del ser humano: los sentidos para el mundo físico, una copia del mundo ideal sometido a la corrupción y la generación; y el alma o intelecto para el mundo inteligible, propio de las esencias o ideas eternas, inmutables y perfectas; vamos, una dicotomía básica que opone lo bueno y lo malo. Huelga decir que esta distinción supone la base más sólida a la que se ha agarrado el cristianismo y que, independientemente de creencias o prejuicios, está inserta en nuestro sentido común acerca de la realidad.

Más empírico resultaba Aristóteles pues, a su modo de ver, esta teoría ideal que había desarrollado su maestro resultaba complicada de sostener y prefirió, siguiendo su propio camino, elaborar su propia noción metafísica. Como buen observador que era, el Estagirita prefirió hacer una clasificación, casi taxonómica, de lo que le rodeaba. Así, por medio de distintas nociones, consiguió esclarecer cómo eran las cosas según su criterio. En primer lugar, distinguió seres naturales y seres artificiales, siendo los primeros aquellos cuerpos simples que tenían en sí los principios del reposo y el movimiento y los segundos, aunque elaborados en base a estos cuerpos simples, eran resultado de la techne o arte propio del hombre. Y, en último término, para el macedonio, el substrato último de lo real es la substancia propia de cada realidad y que le es natural a cada ser sobre la que se soportan los accidentes que se predican sobre dicha substancia. En definitiva, una explicación más detallada y en un sentido más biológico que la presentada por los pensadores anteriores.

Dando un salto temporal enorme y entrando de lleno en la contemporaneidad, el sentido de la filosofía en relación a la realidad cambia de tercio y se enfrenta al análisis de sus propios trabajos pues, debido al auge del pensamiento científico encauzado por la filosofía, lo real comienza a ser desentrañado con cierta seguridad. Sin embargo, de lo que queda duda es del camino que hasta la fecha había llevado la propia reflexión filosófica. Por lo tanto, el escrutinio intelectivo se orienta al trabajo realizado por las distintas corrientes de pensamiento que, de manera genérica, han venido dividiéndose en idealistas y materialistas.

Por último, todavía quedaba un terreno incógnito en el que adentrarse, una parcela de lo real que se caracteriza, precisamente, por su irrealidad y por su incapacidad para ser conocida aunque, sin lugar a dudas, cuando se hace referencia a la misma, todo el mundo sabe de qué trata el asunto. Es lo que Jean Paul Sartre decidió analizar en Ser y tiempo como uno de los elementos propios del hombre (no podía provenir de ningún otro lado pues realmente no existe): la nada.

 

 

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