¿Tienen derechos los animales?

La décima sesión del Taller de Pensamiento Filosófico Azucena nos propone directamente una pregunta:

¿Tienen derechos los animales?.

En seguida comenzamos el diálogo. Los participantes van lanzando sus opiniones al respecto. ¿Los animales tienen derechos por si mismos o es el ser humano el único que puede arrogarse la capacidad de tenerlos? Al plantearnos precisamente si los animales tienen derechos ¿no estaríamos comportándonos como dioses creyendo que podemos dar o quitar derechos? Si pensamos que tienen derechos ¿los tienen por naturaleza o porque nosotros se los otorgamos? Los animales tienen derechos naturales que son independientes de que sean reconocidos (o no) por los seres humanos. Derecho a la vida, a la libertad. La idea de derecho implica también la de deber/obligación; ¿se cumple esto en el reino animal? Algunos opinan que los animales no tienen conciencia por lo que no pueden ver consecuencias de acciones a largo plazo. Una participante sugiere que en vez de preguntarnos si tienen o no derechos podríamos hacer otra pregunta ¿Cómo debemos tratar a los animales? Su propia respuesta sería tratarlos bien, evitando que sufran innecesariamente.

El buen trato que debemos a los animales no puede verse oscurecido por plantear la cuestión en términos de si tienen derechos los animales o les son otorgados por el humano. Si aceptamos que sólo un sujeto humano puede reconocer derechos y obligaciones, asumimos que el ser humano no sólo es sujeto de derechos sino que tiene también la obligación de respetar la vida de otros seres (sean humanos o no). Al hablar de derechos animales nos estaríamos refiriendo a la obligación del ser humano de plasmar en leyes positivas el trato adecuado que debemos a los animales. Alguien comenta al respecto que no podemos olvidar la realidad del tema económico para ser realistas, el «buen trato» es más caro porque al fin y al cabo lo que mueven los animales es una gran industria.

Otro compañero argumenta que el ser humano cuando defiende a los animales o les concede derechos lo está haciendo por interés, todo lo que se les reconozca a ellos está pensado en beneficio del hombre. A partir de esta intervención Azucena nos introduce el punto de vista del utilitarismo. Analizamos el argumento utilitarista, especialmente el de J. Bentham, para el cual se trata de hacer un cálculo que sopese el sufrimiento animal y el beneficio humano. La propuesta utilitarista consistiría en no infligir sufrimiento innecesario a los animales. Además de cuestionarnos si es calculable el sufrimiento animal, establecemos la distinción entre dolor y sufrimiento. Este último es una emoción compleja que implica tanto el recuerdo del dolor pasado como la anticipación del dolor por venir. Dolor es una sensación del presente que parece corresponder mejor a la experiencia de algunos animales. El argumento utilitarista admite como ilegítimo el dolor innecesario pero admite infligir dolor animal si con ello se proporciona algún tipo de beneficio humano. Algunos participantes que se han criado en el campo comentan que la reciente defensa de los animales es una sensibilidad que nace de la «ciudad», creen que el punto de vista de los entornos rurales es muy distinto, que las películas de Walt Disney han influido mucho por la humanización de los animales, y que en los pueblos aunque hayan usado los animales en su beneficio siempre se ha estado en sintonía con ellos y se les ha tratado bien.

Volviendo al utilitarismo; ¿Cualquier beneficio sería admisible? El ¿placer estético? que proporciona a algunos humanos un abrigo de piel animal o una corrida de toros si ello satisface a mucha gente sería suficiente legitimación para infligir ese dolor animal. Los animalistas critican este argumento y no aceptan que la vida y el dolor animal puedan someterse a cálculos de costos-beneficios. Un participante se cuestiona si los derechos de los animales se los damos porque tienen dolor o por estética. Sugiere que tal vez legislamos más por estética que por ética.

Otra cuestión parece que es la experimentación científica y las pruebas de fármacos. ¿Es legítimo usar animales para mejorar nuestra salud? Algunos proponen tres principios generales (las tres erres) como guía para el tratamiento de animales en estos casos:
Reemplazar a los animales por otras alternativas siempre que ello sea posible.
Reducir el número de animales en los experimentos.
Refinar las técnicas experimentales para erradicar el dolor y/o sufrimiento animal.

Otras posturas critican la experimentación animal no sólo desde una consideración de índole moral (rechazo del dolor animal y de su uso como meros medios) sino desde consideraciones de tipo pragmático: alegan que probar la toxicidad de un producto con un ratón sólo tiene fiabilidad si el ratón y el ser humano son suficientemente similares fisiológicamente, de modo que las conclusiones de un experimento puedan ser relevantes para la vida humana. Paradójicamente el uso de mamíferos como monos y simios, más parecidos a los humanos genéticamente, resultaría más fiable en la experimentación científica. Pero a medida que las similitudes crecen entre los mamíferos más se aproxima la experiencia subjetiva de dolor y sufrimiento que estos animales pueden sentir. ¿Es ético en estos casos infligir dolor y sacrificar la vida de un semejante?

Según la ética deontológica planteada por Kant y de acuerdo a la segunda formulación del imperativo categórico, el ser humano debe ser considerado siempre como un fin en sí mismo y nunca sólo como un mero medio. Esto deja fuera a todos los seres no humanos. Desde posturas animalistas se critica esta ausencia que legitimaría el tratamiento como meros medios para satisfacer nuestras necesidades de todo el mundo animal. ¿Existe alguna justificación moral, y no sólo relacionada con una presunta evolución socio-histórica de nuestras concepciones, para rechazar conceder esa misma consideración como fines en sí mismos a los animales? ¿Podemos entender al animal como un igual en dignidad, como persona no humana y otorgarle la misma consideración que a lo humano? Existe un caso reciente de una orangutana llamada Sandra a la que se reconoció legalmente como «persona no humana», la noticia podéis leerla aquí.

Se señalan las diferencias entre animales, algunos creen que no sería lo mismo matar una mosca que un animal de compañía. Tampoco las leyes de defensa animal son las mismas según qué especies, la legislación de protección beneficia a unas especies frente a otras.

Parece claro que no consideramos moralmente correcto someter a hacinamiento y suciedad a un igual para comérnoslo; tampoco el hecho de probar productos químicos de propiedades desconocidas con niños. ¿Existen razones morales para tratar así a los animales? ¿O se trata de una forma de discriminación por especie (una suerte de “especismo”), una falta de respeto a la dignidad de los animales no humanos tan ilegítima como la discriminación por género o raza (machismo, racismo, etc.).

Analizamos algunos de los argumentos que suelen ser presentados como justificación:
(1) La depredación es natural. En el mundo animal unas especies depredan a otras, de modo que en tanto depredadores no podemos considerar igual a nuestra especie que a otras especies. Una objeción a esta postura es que el ser humano no toma como criterio la naturalidad del mundo animal en aquellos casos en que las conductas animales no son un ejemplo a promover y las sanciona explícitamente en su código penal (leones macho que matan a las crías de sus rivales, aunque sean de su misma especie).
(2) Algunos animales especialmente criados para ser comidos/usados no existirían si no fuera por dicha finalidad en relación a lo humano (se pone como ejemplo los toros de lidia o las distintas especies de perros que han sido creadas por el ser humano). Como objeción se plantea que la diversidad animal no es un producto humano, sino que preexiste con independencia de las necesidades y utilidades propiamente humanas.
(3) Necesitamos comer carne. En este caso millones de personas vegetarianas y aparentemente sanas no están de acuerdo.
(4) Los humanos tienen un nivel de inteligencia más elevado que los animales, son seres racionales. Como objeción se han planteado muchos argumentos. El perro de Crisipo ilustra esta posibilidad. En el mundo antiguo no había consenso sobre si los animales pensaban y razonaban. Crisipo, un estoico del siglo III a.C., nos propone la historia de un perro de caza que persiguiendo a su presa llega a un cruce de tres caminos. El perro pierde el rastro en los dos primeros caminos y entonces toma el tercero, asumiendo el silogismo: A o B o C: ni A ni B, luego C. Este caso de lógica canina no convenció a muchos filósofos posteriores: Descartes, por ejemplo, consideraba a los animales como autómatas sin inteligencia. Para muchos autores la racionalidad no es una cuestión de grado sino de clase. La racionalidad es exclusiva de lo humano, aunque muchas investigaciones en etología parecen hoy demostrar que la inteligencia en muchas especies animales lejos de resultar una analogía antropomórfica es una realidad que puede arrojar luz sobre el modo de interpretar la racionalidad y los procesos de cognición. Otra objeción que se ha planteado a este criterio de la superioridad intelectual es si nos parecería moralmente justificable en ese caso utilizar a seres humanos con un nivel de inteligencia menor que un chimpancé para un experimento científico.
(5) Los animales no tienen alma. En su día también se cuestionó que las mujeres la tuvieran y en cualquier caso sigue abierto el debate filosófico para muchos autores sobre la existencia misma del alma en el caso de los humanos.

Como curiosidad, el libro «Alicia en el país de las maravillas» fue prohibido en China en 1931 por atribuir inteligencia humana a los animales. El gobernador de la zona de Hunan consideraba que era desastroso poner a los animales y a los seres humanos al mismo nivel.

Surge el tema de las terapias con animales pero no lo desarrollamos. Este podría ser un campo en el que los animales serían utilizados en beneficio para los humanos pero sin sufrimiento. Al hilo de ésto quiero compartir la historia de Temple Grandinzoologa y etóloga estadounidense, una de las primeras personas con espectro autista en compartir públicamente puntos de vista de su experiencia personal de autismo. Es una gran defensora del bienestar de los animales, sobre todo de los animales explotados por la industria ganadera.

Además de Jeremy Bentham, otros pensadores como Peter SingerTom Regan, Thomas Nagel, han reflexionado y escrito sobre los derechos de los animales.

El diálogo podría alargarse porque hay mucho que decir y surgen muchos puntos de duda y debate, no hemos tratado asuntos como la caza, el maltrato y abandono de animales domésticos, la perpetuación de algunas tradiciones que implican sufrimiento animal innecesario… pero como siempre el tiempo juega en nuestra contra y debemos terminar. Ha sido una sesión muy participativa y serena, la conversación ha fluido con respeto y es de agradecer.

A continuación podéis leer la Declaración Universal de los Derechos del Animal, aprobada en 1978.

Y la bibliografía que hemos seleccionado sobre el tema, aquí.

 

 

 

 

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