Quizás el mayor desconocido con el que se encuentra cualquiera de manera recurrente es uno mismo. Tengo la certeza de que la cavilación sobre la propia realidad resulta uno de los ejercicios más complejos que se puede realizar y que los esfuerzos resultan infructuosos pues jamás llegamos a conocernos del todo; bien mirado este enigma seguro que supone uno de los alicientes vitales pues, ¿qué sentido tendría tener todas las respuestas sobre uno mismo? ¿A dónde nos llevaría la total certeza sobre la condición humana? La respuesta es evidente, piénsese sino en las personas que consideran que albergan en sí las soluciones a todas las cuestiones vitales. Son, si se me permite la expresión, auténticos pelmazos que se soportan por familiaridad o hábito.
Pero volviendo al tema, el autoconocimiento resulta un asunto arduo y complejo que ocupa la mayor parte de la vida y que jamás llega a dilucidarse de manera completa. En mi opinión, resulta imposible frenar la curiosidad sobre uno mismo puesto que el desarrollo personal implica un cambio constante que no tiene fin y, por lo tanto, una evolución que lleva a que cada momento sea distinto del anterior. Supongo que los casos en los que la inquisición personal se agota son aquellos que acaban en el más absoluto de los vacíos; ya sea porque se ha agotado la vida o bien por no existir substancia intelectual que investigar. Por lo tanto, uno de los rasgos definitorios del ser humano es que siempre se está conociendo a sí mismo pues, a diferencia de los animales, el desarrollo en esta especie es constante y siempre existe la posibilidad de cambiar y progresar a todos los niveles.
Por otro lado, otro asunto llamativo es el hecho de que la cuestión íntima en la mayoría de ocasiones no resulta asumible desde un prisma individual y el reflejo personal que se observa en los demás es aquel que permite llegar a uno mismo. En otras palabras, desde la alteridad es como se aborda con mayor comodidad la investigación sobre la propia psique. Esto se debe, entre otros motivos, a que otro de los caracteres indisociables de la condición humana es el de la vida comunitaria y, por tanto, nuestra actuación y carácter se fraguan mediante el contacto con el otro.
Así, el espejo que suponen los demás permite, aunque sea de manera tácita, el establecimiento de unas metas, un modelo de actuación y, por supuesto, el desarrollo de unas normas morales que hacen de la convivencia algo llevadero. Mas, al margen de estos añadidos, queda claro que la alteridad que supone el extraño que tenemos delante no es más que una prolongación de uno mismo que hace de alimento para las ambiciones y formas de actuar personales. Siempre, creo que sin excepción, se medita y se efectúa la acción en función de los que nos rodean y, de esta forma, suponen la medida de la vida individual que es indisociable de la comunitaria.
Ya el mundo griego y latino cayó en la cuenta de esta realidad y el concepto de persona englobaba estas características connaturales al hombre. Precisamente, persona hacía mención al ser humano dotado de conciencia y que, de esta manera, era un individuo jurídico responsable y capaz de disfrutar sus derechos y cumplir con sus obligaciones. Además, también hacía referencia al personaje o la máscara que se utilizaba en las representaciones dramáticas y que hacían de alguien, al menos durante el tiempo de la tragedia, otro sujeto distinto del que era habitualmente. Siguiendo esta reflexión muchos autores y pensadores cayeron en la cuenta de esta realidad y de cómo el ser humano, en el gran teatro del mundo que es la vida, superponen al sustrato de su carácter múltiples máscaras que permiten la vida en sociedad. Es decir, nunca llegamos a ser nosotros mismos de manera rotunda y es en contacto con los otros como vamos mostrando los distintos caracteres que permiten la auto-reflexión sobre la realidad individual que presuponemos pero que, curiosamente, no se puede desarrollar si no es contactando con el extraño que tenemos delante y nos invita a la introspección.
El concepto «alteridad» no lo conocía, es parecido a la empatía, aunque más bien parece como si se tuviera una doble personalidad, ¿no?
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Fantástica entrada. Aunque sea un comentario más filológico que filosófico querría dejar constancia de los famosísimos dichos griego «γνῶθι σεαυτόν» y latino, «nosce te ipsum», «conócete a ti mismo».
Además se cree que la palabra española «persona», procede del uso de las máscaras antiguas -cuya relación ya se indica en la entrada. De esta forma vendría del latín «per sonam», que se podría traducir como «por donde pasa el sonido», haciendo referencia a la función de las máscaras como amplificadoras del sonido. De esa expresión técnica se pasaría a nombrar así primero a los personajes de la ficción y luego a los personajes de la vida real.
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Muchísimas gracias por las aclaraciones filológicas Nicolas, siempre es interesante contar con puntos de vista especializados para los temas que tratamos.
Un saludo.
Nacho
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