Pocas son las disciplinas en las que la aclaración de su corpus o campo de estudio resulta tan problemática como en la filosofía. Se trata de algo que, sin llegar a ser ciencia permite aclarar algunas cuestiones sobre el fundamento científico, que se sumerge sin remilgos en el campo de los valores éticos y morales, que se mezcla con cuestiones políticas y sociales o que, por supuesto, invita a la reflexión sobre el propio ser humano. Es decir, la polivalencia de la filosofía queda de manifiesto en las innumerables precisiones que ha tenido a lo largo de su ya prolongada tradición.
De esta manera, para la primera sesión del Taller de pensamiento filosófico, propongo un conjunto de textos doctrinales que, a buen seguro, permitirán abrir una vía de diálogo que conducirá la reflexión conjunta hacia conclusiones que, de entrada, permitan aclarar un poco más lo relativo al trabajo del filósofo. De esta forma, y recorriendo de manera somera las distintas posturas de los autores presentados, se pueden extraer una serie de consecuencias a partir de las que comenzar a trabajar.
En primer lugar, y como característica común a todas las actitudes exhibidas, se puede decir que es idiosincrásico de la filosofía el hecho de que se trata de una tarea improductiva a nivel fáctico. Es decir, esta disciplina no tiene una aplicación concreta y muchísimo menos un resultado palpable. Se mueve entre ideas y conceptos que, por su nivel de abstracción, suelen provocar indiferencia más que admiración o cualquier otro sentimiento. En este último sentido, este rasgo puede admitirse como característico de la especialidad que nos ocupa pues, de primeras, se trata de una realidad que suele ocasionar un rotundo rechazo o bostezo en aquellos no iniciados que habitualmente la consideran como un terreno yermo alejado de la acción. Sin embargo, y aquí creo que no me equivoco, nada más motivador que la reflexión intelectual previa a cualquier acción (siempre que sea una acción con acento antropológico).
Por otro lado, se pone de relieve que se trata de una especialidad cuya jerarquía se ha ido rebajando según han avanzado las distintas épocas y, sobre todo, las ciencias empíricas de carácter más pragmático. Si en un principio, tal y como mostraban Platón y Aristóteles, la ciencia suprema y el principio de todo saber se encontraba en la filosofía, poco a poco esta caracterización ha ido mutando hasta convertirse en un remedo de lo que era. Evidentemente, y aunque en su base se encuentre un fundamento filosófico indudable, las ciencias empíricas han ganado terreno a la especulación intelectual debido a que tienen un acusado sentido práctico y una clara aplicación social que hace de sus resultados un estandarte visible mientras que el trabajo de la filosofía queda anclado en el desconocimiento y en la base teórica subterránea de estas disciplinas ensalzadas desde la modernidad. A partir de este punto, y dando un inevitable salto temporal y conceptual, la disciplina ha ido confundiéndose con otros muchos aspectos que la han dejado, finalmente, desprovista de su autoridad prístina. De esta forma, Popper se centra en su aspecto crítico y en ser el germen de la ciencia experimental mientras que Alfred Jules Ayer, fiel a su condición de positivista lógico, reduce la implicación filosófica al mero análisis de las cuestiones del lenguaje que provocan estupor y sorpresa en el ser humano. Por último, aunque no sea en un orden cronológico, se debe destacar a Friedrich Nietzsche y sus brillantes esfuerzos por destruir a la filosofía tradicional desde la propia filosofía. Es decir, la historia del pensamiento parece un ir y venir por los vericuetos filosóficos sin que estos queden en ningún momento plenamente articulados como sucede con el resto de ciencias o conocimientos.
En definitiva, y siguiendo esta breve caracterización, queda claro que quizás uno de los problemas más acuciantes para la reflexión filosófica se encuentre en la falta de consenso que se produce cuando se quiere determinar esta escurridiza materia. Con todo, si en algo pueden están de acuerdo todos los intelectuales de la historia del pensamiento occidental es en que la filosofía es una tarea propia y particular del ser humano. Quizás en este punto es donde se encuentre el arranque para la discusión.
Buenas tardes,
quizá lo haya entendido mal, pero no estoy de acuerdo con la afirmación de <nada más motivador que la reflexión intelectual previa a cualquier acción.>. Los instintos naturales nos inducen a la acción irreflexiva, que es, en mi opinión. mucho más frecuente de lo que se suele reconocer.
Un saludo.
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Desde luego, en mi opinión y por definición, toda acción derivada del sustrato instintivo no puede ser reflexiva sino un reflejo biológico que, por comodidad a la hora del análisis, se contrapone a la acción derivada de un trabajo intelectual previo.
En fin, quizás sea un buen punto para comenzar a discutir el martes.
Saludos
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